29 dic 2013

¡Qué bello es vivir!

Navidades y navidades me había yo resistido a ver la famosísima película Qué bello es vivir, pero el destino quiso que no llegara yo al 2014 sin haberla visto, y aprovechando la oportunidad de poder disfrutarla en pantalla grande y en versión original en Londres, decidí que quizás ya había llegado el momento de ver una de las películas que más merece llamarse "clásico navideño".

Mis expectativas eran bastante bajas, sinceramente. Aunque son muchísimos los amantes del cine que la califican como obra maestra, yo me imaginaba que simplemente sería una película bonita y con un tufillo a espíritu navideño que me provocaría náuseas, pero afortunadamente, todas esas ideas que yo tenía sobre Qué bello es vivir eran prejuicios (que yo no sé de dónde habrían salido) que poco o nada tenían que ver con la realidad.

Esta película sorprende ya desde su primera escena, en la que vemos a Dios (¡a Dios!) hablando sobre una persona que necesita ayuda y buscando a uno de sus ángeles de segunda para que baje a la Tierra a ayudarle. Para que Clarence, el pobre ángel sin alas, conozca un poco a qué tipo de persona va a ayudar y pueda así también ingeniar un buen plan para ayudarle, Dios le relata lo que ha sido la vida de George Bailey y la cantidad de actos desinteresados y generosos que ha hecho a lo largo de su vida.


Mientras que la historia que se cuenta en esta película, quien más o quien menos, todos la conocemos (la salvación de George Bailey ha sido una de las más parodiadas/homenajeadas), aunque el ser mundialmente conocida tampoco la hace peor ni menos interesante o emotiva (se me escapó la lagrimita, qué queréis, soy humana), lo que más me ha dejado con el culo muy torcido en mi butaca del cine londinense ha sido esa narrativa maravillosa, esa dirección estupenda y arriesgada, si tenemos en cuenta que estamos hablando de una película SOBRE DIOS estrenada en 1946!!!!!

Sin embargo, el punto fuerte de esta película y por la que se la considera "navideña", con todo lo bueno y todo lo malo que implica ese adjetivo, es el optimismo y el amor a la vida que irradia el protagonista al final de la misma. Un optimismo y una felicidad contagiosa, que traspasa la pantalla e impregna al espectador. 

Ahora puedo decir que ver Qué bello es vivir ha merecido la pena, y aunque no se va a convertir de repente en una de mis películas favoritas ni haré de su visionado una tradición navideña, me alegro de haberla visto, por fin, porque realmente la he disfrutado. Copón de película para una de las grandes joyas del cine estadounidense.

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