Otra crítica copiada totalmente de la nueva web en la que colaboro
El Club de los Cinéfagos Muertos. Aunque, recordad amigos: si os copiáis a vosotros mismos, no es copiar.
Soy una gran fan de Cristo y todo su legado en la ficción, bien en novelas, artículos, documentales de La 2, especiales de Cuarto Milenio o películas. Y la verdad, de todas las películas con Jesucristo que he visto, Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973) es sin duda alguna mi favorita. Y que no se lleve nadie las manos a la cabeza ni me llame descerebrada: no olvidéis que La vida de Brian (Terry Jones, 1979) va sobre Brian, no sobre Jesucristo.
Jesus Christ Superstar nació como álbum conceptual al principio de los años 70. Un álbum conceptual, como su propio nombre nos indica, es una serie de composiciones musicales que giran en torno de un mismo concepto, tema o idea, en este caso Jesucristo y sus últimos días de vida. El gran mérito de la parte musical le corresponde a Andrew Lloyd Webber, una gran figura en el mundo del teatro musical, y el libreto de esta magnífica ópera rock a Tim Rice. Llegó a tener tanto éxito que tan solo un año después el musical ya estaba montado y listo para estrenar en Broadway.
Si el disco ya era de lo mejor, el musical revolucionó todo lo revolucionable. ¿Os acordáis del fenómeno Dan Brown allá por 2004, que consiguió requetevender y poner en boca de todo el mundo una novela regulera gracias a la publicidad que le había hecho el Vaticano al condenarla? Pues a este musical le pasó algo parecido. Y es que, aunque en mi muy humilde opinión los que idearon a este Jesucristo habían entendido bastante bien al Jesucristo que nos muestran los Evangelios, a los grupos religiosos no les hizo nada de gracia ver a su salvador convertido en un, por decir la palabra más suave que se me ocurre, hippie.
Hasta la fecha, el musical de Jesucristo Superstar se ha representado en más de 40 países a lo largo y ancho del mundo, pasando también por España en varias ocasiones y con distintos montajes, destacando el de 1975, que nos puso a Camilo Sesto en el papel de Jesucristo y que triunfó como nunca antes había triunfado un musical en este país, cosa que nadie se esperaba si tenemos en cuenta que España era (y es) un país muy católico y la crítica a la figura de Jesucristo en este musical es descarada. Sin ir más lejos, la película, estrenada solamente dos años antes de que el musical llegase a nuestro país, se la tuvo que ver muchas veces con la censura para poder llegar, finalmente, a ser proyectada.
Fue en el año 1973 cuando la Superstar llegó a las grandes pantallas. Es muy interesante ver cómo la película deja claro desde un principio su relación con la obra para teatro, pues en la primera escena enseguida vemos un autobús acercándose a lo que será el escenario, del que saldrán decenas de personas que irán descargando equipaje e irán transformándose en los personajes de las película, ocupando sus correspondientes lugares para que empiece la representación.
El primero en desmarcarse de este grupo de actores y bailarines será Carl Anderson, el actor que da vida a Judas y que tantos comentarios ha suscitado por el hecho de ser negro e interpretar a Judas. Puede que en una primera lectura llame la atención que el papel del malo esté interpretado por una persona negra sin que la historia así lo exija, pero… ¿es realmente Judas el malo de esta película? Yo diría que no.
Para empezar, esta adaptación de la Pasión de Jesucristo está contada desde el punto de vista de Judas, su gran amigo, que critica la actitud de Jesús desde el arranque de la obra mediante la impresionante canción Heaven on their minds, que además de ser un temazo suelta perlas del nivel “Te estás empezando a creer lo que dices, y que ese rollo de la palabra de Dios es verdad” o “cuando todo esto empezó te llamábamos hombre, y no Dios”. Vamos, que es Judas el que piensa que Jesucristo se ha vuelto toda una superestrella y tiene miedo de que le vaya a pasar algo malo por tenérselo tan creído. Judas está intentando proteger a su amigo, a la persona que le cambió la vida y a la que ha acompañado durante mucho tiempo, pero Jesús ya está perdido, ya tiene una legión de fans y aspira a dar un buen campanazo en la capital: Jerusalén.
El gran tema de esta película es la fama y todo lo que se mueve a su alrededor: las legiones de fans que no son capaces de pensar por sí mismas e idolatran a una figura sin entender bien lo que ella representa, la estrella y sus excentricidades, los amigos de verdad que intentan avisar pero no son escuchados, la novia de la estrella, y sobre todo, los que quieren cargarse al famoso por envidia o simplemente para demostrar que son más poderosos.
Uno de los momentos más escalofriantes en cuanto a crítica brutal a la figura de Jesucristo o simplemente a la figura del famoso (o la Iglesia como institución en el siglo XX), sucede durante la canción Everything’s alright, interpretada por Yvonne Elliman en el papel de María Magdalena, que intenta calmar a Jesucristo y hacerlo descansar envuelto en caricias, perfumes y bienestar. Mientras ella le canta a Jesús, porque en esta película todos los diálogos están cantados, que no se preocupe, que todo saldrá bien, Judas, que sigue empeñado en hacerle ver a su compañero que se le ha ido de las manos su situación, le recrimina que deje de gastar dinero en placeres porque hay mucha gente necesitada a la que le está prometiendo cosas que, claramente, no le dará, y Jesús, ni corto ni perezoso le contesta “a ver si te crees que yo tengo recursos para salvar a los pobres. Pobres va a haber siempre, sufriendo patéticamente, así que déjalo estar y échale un vistazo a todas las cosas buenas que tenemos”. En ese preciso momento Judas entiende que su amigo no tiene cura, y empieza a pensar en “traicionarle”.
Y entrecomillo el “traicionarle” porque en esta película y según nos la cuentan, el primer traidor fue Jesucristo, que traicionó los ideales que en un principio predicaba. Estamos acostumbrados a que el cine haya creado unos personajes para Jesucristo que nada tienen que ver con lo que él debió ser, siempre que aceptemos que alguna vez haya sido: generalmente interpretados por chicos guapísimos, los Jesucristos del cine son, sobre todo, buenas personas, cercanas, amigos de sus amigos, humildes, entregados… pero el Jesús de Jesucristo Superstar es un personaje poco carismático con el que cuesta bastante empatizar. Se parece más a una estrella del rock de los 70, con su halo de misterio, su superioridad y su toque místico, que al Jesús tradicional, y eso, como mínimo, choca.
En el único momento en el que Jesús se hace con su película es cuando canta Gethsemane. Ya iba siendo hora de que después de media película vista Jesucristo tuviera su momento y su temazo, pero es que quiero volver a reiterar la idea de que Jesús aquí no es el auténtico protagonista. Esta canción se representa tras la Última Cena. El Jesús bíblico se retira a orar al Huerto de los Olivos (o Getsemaní, de donde coge el título esta canción) y por primera vez muestra su miedo ante Dios y le pide que por favor no se cumpla su palabra, aunque finalmente cede ante la voluntad de su Padre. Sin embargo, nuestro J.C. lo que le dice a Dios es que ya no está tan seguro de querer seguir adelante con su plan, aunque no deja de preguntarse si, al morir, se hará todavía más famoso, y termina su canción diciéndole a Dios “tómame ahora antes de que cambie de opinión”.
Después de que Jesús sea capturado, el Judas de esta película se arrepiente de lo que ha hecho, pues ha visto que los haters de Jesús van muy en serio y están hablando de matarlo. Judas solo quería darle un escarmiento y ahora a él también se le ha ido de las manos la situación, así que decide devolver el dinero que le dieron por la traición, pero ya es demasiado tarde: Jesucristo morirá, tal y como ya auguraba Caifás en su canción This Jesus must die. Después de treinta y nueve latigazos acompañados de la excelente música de Lloyd Webber, Jesús es condenado a la crucifixión.
J.C. se somete a la muerte como único camino posible para salir de una situación que ya no le compensa: se ha cansado de la fama, ya no puede hacer nada más ni mejor de lo que ha hecho, se ha corrompido, y cree que la muerte puede convertirle en un mártir y así poder ser recordado eternamente. Y es que hacer de tu muerte tu último gran espectáculo no lo inventó Kurt Cobain, eso ya se lo sabía nuestro Jesucristo.
Antes de ser crucificado, J.C. tendrá una visión de su ya muerto amigo Judas en la que este, vestido con sus mejores galas, le recuerda que se lo montó muy mal y eligió muy mal momento para transmitir su mensaje al mundo, que mejor haber venido en pleno siglo XX cuando ya había medios de comunicación globales. Acompañado de un coro de mujeres en paños menores pero todas bien fabulosas, Judas termina de meterle el dedo en la llaga a su amigo, que está a punto de morir, comparándole con otros hombres-dioses como Buda o Mahoma.
Jesús es finalmente crucificado ante la mofa de todos sus seguidores (a excepción de María Magdalena, quien realmente siente la pérdida). Y como remate a esta reinterpretación del texto bíblico, Jesús muere, pero no resucita. Todo el equipo vuelve al autobús que los trajo hasta allí y todos se van por donde han venido.
Queda claro entonces que esta no es la película que retrata paso a paso la versión de los Evangelios. Jesucristo Superstar es la interpretación de un texto, de una tradición, de un icono, ideada a principios de los años 70 del pasado siglo XX, una época llena de revoluciones, de cambio de roles, de movimientos en contra del racismo, de paz y esperanza, el momento de las primeras grandes estrellas del rock, y la explosión de las drogas. Puede que esta versión os pueda gustar más o menos, algunos incluso la consideran insoportable, pero lo que está claro es que es una película irrepetible.
Me quedó un poco larga.